Diócesis de Alajuela clausuró el Año Jubilar con una solemne Eucaristía en la Catedral

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La Iglesia Diocesana de Alajuela clausuró el Año Jubilar el domingo, con la celebración de una solemne Eucaristía a las 11:00 a. m. en la Catedral de Alajuela, presidida por el obispo diocesano, mons. Bartolomé Buigues Oller, T.C., en el marco de la fiesta de la Sagrada Familia.

La celebración marcó el cierre de un tiempo especial de gracia, conversión, comunión y esperanza vivido por la diócesis, en sintonía con toda la Iglesia. La elección de esta fiesta litúrgica subrayó la centralidad de la familia como “Iglesia doméstica” y como espacio privilegiado donde Dios se hace presente en la vida cotidiana.

Durante su homilía, el obispo destacó que el Jubileo fue un verdadero kairós, un tiempo favorable que permitió a la Diócesis renovar su vida espiritual, fortalecer la comunión eclesial y reavivar el impulso misionero. Recordó las peregrinaciones a los templos jubilares, las celebraciones, las acciones misioneras y de servicio, así como la participación de una delegación diocesana que peregrinó a Roma y atravesó las puertas santas en nombre de todo el pueblo de Dios de Alajuela.

Mons. Buigues subrayó que el Año Jubilar ayudó a redescubrir la llamada a la conversión, a la reconciliación y a la misericordia, y que muchas comunidades y personas lo vivieron como una oportunidad para sanar heridas, fortalecer la fe y renovar su compromiso cristiano. Asimismo, resaltó que este tiempo favoreció una mayor conciencia de comunión eclesial y corresponsabilidad pastoral entre sacerdotes, consagrados y laicos.

En el ámbito pastoral, el obispo señaló que el Jubileo impulsó a la Diócesis a salir con mayor decisión al encuentro de las familias, los jóvenes, los pobres y quienes viven diversas situaciones de fragilidad, reafirmando que la misión es parte esencial de la identidad de la Iglesia.

Al concluir la celebración, el obispo exhortó a custodiar y hacer fecundos los frutos del Jubileo mediante opciones pastorales claras y duraderas, guiadas por el Plan Diocesano de Evangelización. Encomendó a las familias de la diócesis a la intercesión de la Sagrada Familia de Nazaret, pidiendo que este tiempo de gracia continúe dando frutos en la vida personal, familiar y comunitaria.

A continuación la Homilía Completa

Homilía en la fiesta de la Sagrada Familia

En esta fiesta de la Sagrada Familia, cuando contemplamos a Jesús, María y José como icono de la vida familiar, la Iglesia diocesana se reúne hoy también para clausurar el Jubileo que hemos vivido como tiempo de gracia, conversión y esperanza. No es casual que cerremos este camino jubilar mirando a una familia. Porque en la familia se juega buena parte del futuro de la Iglesia y de la sociedad, y porque el Jubileo ha querido recordarnos que Dios habita en lo sencillo, en lo cotidiano, en la vida real de las personas.

En la primera lectura (Eclesiástico 3,2-6.12-14), la sabiduría bíblica nos presenta la familia como un espacio sagrado donde se aprende a honrar, respetar y cuidar. El autor subraya la importancia del vínculo entre padres e hijos, recordándonos que el amor filial, especialmente hacia los padres en su fragilidad, es fuente de bendición y camino de vida plena. Esta lectura nos invita a reconocer que el cuidado mutuo en la familia no es solo un deber humano, sino una experiencia profundamente espiritual que agrada a Dios.

El salmo 127 canta la alegría y la fecundidad de la familia que camina en el temor del Señor. Presenta un hogar donde el trabajo, el amor conyugal y los hijos son bendición y motivo de esperanza. No se trata de una familia perfecta, sino de una familia que pone a Dios en el centro y descubre que, aun en medio de las dificultades, Él sostiene, bendice y da sentido a la vida cotidiana.

San Pablo (Colosenses 3,12-21) ofrece una auténtica “regla de vida” para las relaciones familiares y comunitarias. Invita a revestirse de sentimientos de misericordia, bondad, humildad, mansedumbre y paciencia, dejando que el amor sea el vínculo de la perfección. En la familia cristiana, la fe se traduce en actitudes concretas: el perdón, la comprensión mutua, el respeto y la responsabilidad compartida, todo vivido bajo el señorío de Cristo, que da armonía y sentido a la vida familiar.

El relato de Jesús perdido y hallado en el templo (Lucas 2,41-52) nos muestra una Sagrada Familia real, que vive la búsqueda, la angustia y el desconcierto, pero también la confianza y el crecimiento. María y José aprenden que Jesús pertenece ante todo al Padre y que su misión supera incluso sus expectativas. Al mismo tiempo, el Evangelio nos dice que Jesús vuelve a Nazaret y vive sujeto a ellos, creciendo en sabiduría, estatura y gracia. La familia se presenta, así como el lugar donde se aprende a escuchar a Dios, a dialogar y a madurar humana y espiritualmente.

En Jesús, María y José contemplamos un hogar donde Dios es el centro, el amor se vive en lo cotidiano y la fidelidad se construye día a día. La Palabra de Dios nos presenta a la familia no como una realidad idealizada o perfecta, sino como un espacio de aprendizaje, de crecimiento y de fe vivida. Que nuestras familias, con sus luces y desafíos, sean espacios de fe, iglesias domésticas, espacios de diálogo y cuidado mutuo, donde cada uno se sienta acogido y amado. En un contexto social marcado por tensiones, rupturas y soledades, la familia cristiana está llamada a ser signo de comunión, a forjar familias abiertas, solidarias y comprometidas con el bien común.

Cuando nos disponemos a clausurar, junto a todas las diócesis de nuestra Iglesia, este Año Jubilar, deseo elevar, junto con ustedes, un profundo agradecimiento a Dios por los dones que hemos recibido durante este tiempo bendito. En este año, hemos peregrinado a los templos jubilares, hemos celebrado, hemos salido en misión y hemos servido. Una digna representación de nuestra Diócesis ha atravesado las cuatro puertas santas de Roma orando por todos nosotros.

El Jubileo ha sido para nuestra diócesis un tiempo de gracia y renovación. Nos ha permitido adentrarnos en el corazón del Evangelio, redescubriendo la llamada a la conversión, a la reconciliación y a la misericordia. Muchas personas y comunidades han vivido este año como una oportunidad para sanar heridas, fortalecer la vida espiritual y retomar con mayor hondad el camino de la fe. Ha sido un tiempo de apertura al Espíritu Santo, que ha renovado la esperanza y ha impulsado procesos de discernimiento comunitario.

Ha sido también un año de comunión eclesial. El Jubileo nos ha ayudado a reconocernos como un solo cuerpo, a valorar más la vida comunitaria, a reencontrarnos como parroquias y grupos, a fortalecer la confianza mutua y a cultivar vínculos más fraternos entre sacerdotes, consagrados y laicos. Ha renovado en nosotros la conciencia de que la Iglesia se construye caminando juntos, escuchándonos y apoyándonos.

En el ámbito pastoral, el Jubileo ha significado un nuevo impulso misionero. Nos ha hecho tomar conciencia de la urgencia de salir al encuentro de quienes están lejos, de acompañar con mayor cercanía a las familias, a los jóvenes, a los pobres y a los que sufren. Hemos entendido mejor que la misión es la identidad misma de la Iglesia, y que cada bautizado tiene un papel insustituible en ella.

Por último, el Jubileo ha suscitado en la diócesis un deseo de mayor coherencia evangélica, de transparencia, de servicio humilde y de mayor cercanía a la realidad social del país. Ha despertado una sensibilidad más clara por los más vulnerables y por la construcción de una sociedad más justa y solidaria.

El Jubileo ha sido un tiempo favorable, un kairós, que ahora debe traducirse en opciones pastorales claras y duraderas para la diócesis. Hoy somos enviados a custodiar y hacer fecundos los frutos del Jubileo. Nos guía el Plan Diocesano de Evangelización. Nuestro camino sigue, y el Espíritu Santo continúa empujándonos hacia adelante.

1. Poner en el centro la vida espiritual. Conversión personal y comunitaria como actitud permanente

El Año Jubilar nos ha llamado a volver al Señor, a reconciliarnos con Dios, con los hermanos y con nosotros mismos. Esta gracia no puede quedar reducida a celebraciones extraordinarias, sino que debe convertirse en un estilo estable de vida cristiana. En consecuencia, debemos promover una pastoral que favorezca procesos continuos de conversión, profundizando en la vida sacramental, especialmente la Reconciliación y la Eucaristía, y en la renovación espiritual de las comunidades.

2. Iglesia diocesana más consciente de su identidad de “pueblo peregrino”

El Jubileo nos ha recordado que somos peregrinos, en camino, sostenidos por la esperanza. Nadie vive la fe en soledad. Esta conciencia fortalece la dimensión comunitaria y sinodal de la Iglesia. Estamos llamados a consolidar prácticas sinodales reales: escucha, discernimiento comunitario, corresponsabilidad pastoral y participación efectiva de los laicos, las familias y la vida consagrada en la misión diocesana. Los animo a seguir cultivando comunidades donde cada bautizado encuentre su lugar y donde la caridad sea el sello de nuestra identidad cristiana.

3. Opción decidida por la misericordia como criterio pastoral

El Año Jubilar ha puesto en el centro la misericordia de Dios, que no excluye ni condena, sino que sana y restituye la dignidad. Esta experiencia interpela nuestro modo de acompañar a las personas. En consecuencia, estamos llamados a impulsar una pastoral de la cercanía, del acompañamiento y de la integración, especialmente con quienes viven situaciones de fragilidad familiar, social o espiritual, evitando actitudes de juicio y promoviendo procesos de sanación.

4. Reavivamiento de la misión y del testimonio público de la fe

Cristo nos envía hoy nuevamente a ser discípulos misioneros. El Jubileo no conduce al repliegue, sino al envío. Quien ha experimentado la gracia está llamado a compartirla y a iluminar la realidad que lo rodea. Es necesario fortalecer una pastoral misionera que anime a los fieles, y de modo particular a las familias y a los agentes pastorales, a ser testigos de la luz de Cristo en la vida pública, promoviendo el bien común y la dignidad humana. Que cada parroquia renueve su ardor misionero y su apertura a quienes más necesitan ser acogidos.

5. Iglesia más esperanzada y servidora en medio de la sociedad

El Año Jubilar ha sido una proclamación de esperanza en un contexto marcado por incertidumbres y tensiones. La Iglesia está llamada a custodiar y ofrecer esa esperanza, a acompañar a los pobres, sostener a los débiles, desde la humildad y el servicio, con una palabra clara, serena y profética, contribuyendo a la reconciliación, la paz social y la construcción de una sociedad más justa, más humana y solidaria.

6. Centralidad renovada de la familia como “Iglesia doméstica”

La celebración jubilar culminada en la fiesta de la Sagrada Familia subraya que la familia es lugar teológico donde la gracia de Dios se encarna y se transmite. Coloquemos a la familia en el centro de la acción pastoral, acompañándola con itinerarios formativos, espirituales y comunitarios, y reconociéndola como sujeto activo de evangelización y de compromiso social.

El Jubileo concluye, pero su gracia permanece en nuestras familias, comunidades y en toda la vida diocesana como tarea confiada a nuestra responsabilidad pastoral. Lo verdaderamente decisivo es que nuestro corazón esté abierto y dispuesto a profundizar la “vida nueva” en Cristo.  

Encomendamos a todas las familias a la intercesión de la Sagrada Familia de Nazaret. Que María nos enseñe a guardar y meditar la Palabra, que José nos muestre la fidelidad silenciosa y responsable, y que Jesús nos conceda crecer en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y ante los hombres. Amén.

+ Bartolomé Buigues Oller, T.C.

Obispo de Alajuela